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jueves, 27 de marzo de 2008

Desarrollo y participación

Muy de moda está hablar de participación ciudadana. Los políticos dicen que es la esencia de la democracia, las instituciones, a través de sus representantes comentan la importancia que ésta tiene para el mejor funcionamiento de la adminitración pública, y las ONG se suben al carro incluso monopolizando las vías de participación social y política en nuestras sociedades. Los medios de comunicación también hablan de participación, y hasta para los taxistas es un tema recurrente en sus interesantes monólogos. Pero: ¿Qué es lo que decimos cuando decimos participación?, ¿cuál es el significado que le atribuimos al significante participación?, ¿qué significa exactamente participación?

Huelga decir que según a quien se le formule la pregunta ésta significará una cosa u otra; pues ciertamente no es lo mismo participación para un político que para un activista, ni tampoco para un funcionario. Los primeros podrían decir que participación es sinónimo de depositar en una urna la voluntad del ciudadano; o sea, votar. Los segundos, en su vertiente oenegeística, podrían decir que participación es la vinculación del ciudadano a un proyecto de mejora de la sociedad, y en su vertiente radical, podrían indicar que la participación más bien se refiere a la lucha activa del ciudadano para derrocar al poder hegemónico y tirano que impera sobre todos los individuos y los condiciona. (Al respecto de qué quiere decir el funcionariado cuando dice "participación", mejor se lo pregunten a "ellos".)

Si bien todas estas acepciones podrían ser acertadas, no cabe duda de que las implicaciones políticas que cada una de ellas tienen son bien diferentes según se esté hablando de votar, de trabajar conjuntamente para la mejora de la sociedad o de luchar en una suerte de post-revolución social. La primera definición, la del político, aleja efectivamente al ciudadano del centro del poder. Según esta concepción de la participación, el individuo debe otorgar sus capacidades "reflexivas sobre" y "transformadoras de" al especialista, que no es otro más que el político. Los ciudadanos ejercen participación cuando votan, es decir, cuando evalúan el resultado de la "reflexión sobre" y "la transformación de" que ha realizado el político. Esta concepción reduccionista de la participación se ha ido forjando a lo largo de los años, desde Aristóteles hasta nuestros días: el modelo republicano por el que apostaba éste, alejado de los principios democráticos de la polis ateniense fue instaurando un modelo de participación ciudadana en la res publica completamente diferente a las concepciones de los sofistas griegos. El pueblo, poco a poco, fue desplazándose del centro del poder, siendo sustituido por el Senado Romano, representantes legítimos de los ciudadanos de Roma. Tras la Edad Media, el modelo que termina recuperándose como cimiento de nuestro actual sistema democrático no es otro que el modelo republicano aristotélico, donde la participación del ciudadano en la cosa pública se reducía, en el mejor de los casos, al voto y la capacidad de deliberación, reflexión y decisión en lo político pertenecía a una Clase definitivamente distinta del vulgo. Toda esta transformación de la democracia Participativa ateniense en la que el ciudadano con su capacidad reflexiva natural ejercía su derecho político participando en la deliberación, reflexión y decisión política, hasta llegar al actual sistema democrático representativo en el que los sujetos conforman un cuerpo de espectadores pasivos totalmente ajenos a todo el proceso de construcción política, es la causante de la confusión terminológica en la que nos encontramos, dando lugar a poder entender como sinónimos el voto y la participación.

Asimismo, tanto para los oenegeístas como para los radicales, la participación significa algo más: en su esencia, ésta lleva implícita el hecho de que el ciudadano ejercita políticamente algo más que el derecho a evaluar lo que otros hicieran. Ya sean concepciones positivistas o revolucionarias, implican al sujeto en la acción de mejorar la sociedad, entendiendo la participación de manera activa. Las consecuencias políticas de estos razonamientos abarcan desde la evolución hacia un sistema representativo por categorías sociales hasta el desmantelamiento de la representatividad y la instauración de un sistema democrático deliberativo o directo. Dentro de ese tan amplio abanico coexisten interesantes experiencias de desarrollo participativo de muy distinta índole y calado: presupuestos participativos, agendas 21, planes de barrio participativos, programas de desarrollo integral sociocomunitario, etc. Todas ellas comprometidas con la transformación de sujeto representado - administrado a ciudadano activo, reflexivo y deliberativo.

Ciertamente, uno de los déficits de las sociedades post-industriales del mundo occidental es la participación ciudadana en la esfera de la decisión política; así como una de las vías de desarrollo más eficientes, por endógena y sustentable, en el marco del Tercer Mundo es la participación e implicación ciudadana en el proceso de construcción e implementación de proyectos de desarrollo comunitarios. El reto para que las políticas de participación activa se practiquen y reconozcan como un derecho individual de manera tangible, se encuentra, por un lado, en lograr canalizar recursos públicos y reivindicaciones políticas a través de acciones comunitarias basadas en procesos de Investigación Acción Participativa en el marco de lo local - municipal, y por otra parte, en aumentar las exigencias de participación de los beneficiarios en los proyectos de cooperación internacional al desarrollo basados en Marco Lógico.

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